domingo, 29 de agosto de 2010

No es que el pasado vuelva a uno, no, no es así. Uno vuelve al pasado. Las circunstancias son varias. O el destino te ubica en un lugar, a determinada hora de un determinado día, o es la manía de uno mismo de no estar satisfecho con el presente y buscarse por los recovecos que el pasado dejó y, por consecuencia, terminamos en el pasado -no en el recoveco que nos dejó- y... y ahí te encuentras; de vuelta en el tiempo atrás. A mí particularmente me sucede cuando sueño cosas. Las sueño, no porque surjan de mi espontánea liberación de imágenes -que tan creativa no soy-, las sueño porque las robó de un pasado. Recuerdo algo y ¡listo!, comienzo un viaje futurístico -sí, también de ciencia ficción, a veces- donde la semilla es el pasado; él, ella, eso, aquella, el suelo, un gato, saltamontes, ranas, nube, hoja, etc. Y ni hablar de soñar dormida, porque de eso yo no me hago cargo. Hablo de esos sueños predichos en el placer de creer que están sucediendo al mismo instante que cerraste los ojos en otro mundo, otro misterio y viven y suceden y son tan... falsos.
¡ay, qué hacer! Hace un tiempo me cuestionaba si aquéllo pararía en algún momento y ya me estoy dando por vencida que ocurrirá hasta que ya no pueda pensar. Lo que se me hace agotador... no deseo verme en cuarenta años más perdida en mi cabeza sin haber logrado ninguno de mis sueños en esta realidad (aunque sería feliz que más de alguno realmente nunca sucediese).